La regla no escrita indicaba que en la mañana del 17 de agosto yo debería haber amanecido muerto.
Al fin, y por única vez, libre de este cuerpo material que me encadena al mundo real, que me separa del mundo onírico y de todos los mundos que me separan de este mundo.
Pero algo pasó, o más bien… alguien pasó. Llego en el momento exacto; no llegó antes ni llegó después, sino que apareció en el preciso momento.
No aspiraba yo a nada, solo a morir en el primer escalón del tercer piso, no más.
Alcanzar la cúspide en la caída,
Perder toda conciencia de mi mismo,
Desaparecer sin dejar rastro.
¡No más!
Pero alguien pasó, alguien llegó…
Y entonces detuve mi loca carrera hacia la autodestrucción y medité como nunca antes había meditado.
Absorto en mis pensamientos y meditaciones me hallé de repente con el tiempo, en mi contra, persiguiendo mis años gastados en sueños y divergencias.
Y entonces me levanté de donde estaba, y vi que el tiempo tenia forma de una inmensa ola: estaba presta para engullirme y hui de ella, es decir del tiempo que se precipitaba sobre mí.
No iré contigo le dije al tiempo, es decir a la ola.
No iré contigo aun, le dije también con voz dulce a la amada que me espera desde mi primer 17 de agosto en la Tierra.
No iré amada, le dije… porque ya no eres mas mi amada, te he dejado, a ti y a las otras.
Y la ola golpeó con fuerza el lugar de donde yo me había levantado, pero no estaba yo más ahí.
Y la muerte, es decir la amada que me espera desde mi primer 17 de agosto, se quedó con las manos vacías… es decir y al menos por hoy, sin mí.
Aunque…
Algo en mi si murió, fue necesario matar al punk y olvidar al anarquismo.
Adiós a las armas.
Bienvenida a mi vida Yoko.
Felicidades M.